Eran alquimistas de sueños, eran protectores de la madrugada, correctores de mil noches de insomnios, que navegando en su barco de papel y acurrucados tras una tormenta, les elevó entre las olas y hasta un arco iris llegaron, y dejando pedazos por el camino, a la playa de su amanecer llegaron.

Eran mañanas en calma, eran noches de tormentas y soledad, eran tardes de espera, de recuerdos en la cartera, de olvidos que nunca llegan.

Era el sol que les calienta, en esta playa de encuentros y de pérdidas. Era en el abril de sus vidas, en el comienzo de un verano que no se olvida.

El tiempo transcurría por la arena fina, la piel se recorría sin mucha prisa, las tardes eran infinitas y las noches no terminaban al llegar el día.

Las olas rompían en aquellos pies descalzos, las nubes los protegían, la mar su música les regalaba y las gaviotas a su amor alas regalaban.

Suave pasa el tiempo, la marea se alza hasta cubrir aquellos cuerpos, la brisa recorre sus almas y las sirenas cantan a su amor eterno.

Sale Selena de su escondite, les ilumina esa mar que es su hogar humilde, la luz de las estrellas les marca el camino, las sirenas celosas les envidian y los acosan.

Pero llega la despedida, un adiós que no esperaban, se marchó ella con las sirenas doradas, se la llevaron hasta su morada.

Él recorre eternamente océanos y mares, vaga buscando a su amada, el caballero errante, le llaman.

Cuentan que en las noches de luna llena, la luna la playa alumbra, y dicen, que los amantes se encuentran, cuando la luna brilla en esta playa maldita.

Una historia de amor y mar eterno que nos dedica Miguel Ángel Cruz.

Muchas gracias por compartirnos estas esencias colmadas de pasión incondicional.