4º relato recibido de Raúl Bullido para el 4º reto de escribelandia

Llega la noche estando de camping SCOUTS: Llega la noche estando de camping, caminábamos juntos para ir a hacer pis cuando de repente escuchamos una voz emitía gemidos. Dos de los monitores se lo estaban montando entre unos arbustos. Nosotros, muy cabrones, empezamos a tirarles piedras, cuando la voz de uno de los monitores nos amenazó, si nos pillaba, con una falta grave y un castigo ejemplar. Pero nosotros no paramos. La voz dejó de gemir y se hizo el silencio.

Asustados, pensando en que nos iban a coger, salimos corriendo lo más rápido que pudimos y contamos lo sucedido a nuestro monitor preferido, el enrollao. Volvimos al lugar donde los habíamos visto y allí no había nadie. Habrán vuelto al campamento, pensamos los tres. Pero una vez allí no estaban. Se organizó inmediatamente una batida que no dio resultados. Había que esperar al día siguiente cuando hubiera luz. Nos fuimos a dormir pero mi amigo y yo no podíamos ya que estábamos preocupados por lo sucedido. De esta manera nos escabullimos y salimos otra vez a buscar a los monitores. El monitor enrollao estaba durmiendo la mona en uno de los troncos que hacían de sofá improvisado. Le delataba la botella de bourbon colgando de la mano. Todo despejado. La ronda fue rápida porque estábamos acojonados aunque inquietos. De vuelta al campamento esta vez sí que nos quedamos dormidos de inmediato.

Al día siguiente nos sorprendió que la monitora Elena “cara de pena” estaba histérica e iba de un lado a otro hablando en alto. Se podía escuchar entre el hipo que tenía frases como: “¿por qué a mí? y cosas por el estilo. El monitor enrollao también había desaparecido. Solo quedaba ella para velar por 30 chicos y chicas que formábamos el grupo. En un momento dado pareció calmarse y nos dio la instrucción de que todos nos cogiéramos de la mano de un compañero y salimos a recorrer el bosque por si hubiera señales de los monitores que faltaban. No hubo suerte.

Cansados y con la cantimplora medio vacía nos sentamos en el suelo cuando de repente la monitora echó a correr hacia el campamento, se escuchó el ruido de un motor y al momento un estruendoso golpe. Caminamos hasta allí y pudimos observar cómo la monitora había estrellado el jeep contra un árbol. Había atravesado el cristal del vehículo y yacía muerta al lado del árbol gigante contra el que se había estampado. Cundió el pánico entre nosotros. Las niñas lloraban y los niños estábamos en shock, sin movernos de donde estábamos. Sin embargo, Alfredo, el repetidor, alzó la voz y dijo: ¿somos o no somos scouts? Pues lo primero es quitarle a la monitora el teléfono móvil. No dio resultado pues no había cobertura. Alfredo no se dio por vencido y le quitó también el walkie, lo encendió y empezó a repetir: hola, hola, ¿hay alguien al otro lado? Silencio. Volvió a repetir la misma frase hasta que alguien contestó: huid chicos, huid, soy el guarda de este parque y estamos todos en peligro. Yo me encuentro atrapado en la estación de vigilancia, caminad pegados al arroyo y… Se cortó la comunicación.

Echamos a correr, mientras aquellos animales estaban ocupándose del guarda, pegados al arroyo cuando sonó un disparo que alcanzó a mi compañero: ¡Furtivos! gritó Alfredo, corred más rápido. Fue lo último que dijo pues otra bala le alcanzó de lleno. Nos paramos en seco y volvimos hacia el bosque para ocultarnos. Menudos cabrones. Mi amigo sangraba a borbotones y no podía parar la hemorragia. ¿Por qué nos disparaban? Me pregunté a mí mismo. La triste realidad es que uno a uno mis compañeros fueron cayendo fruto de los salvajes furtivos. Solo quedaba yo.

¿Qué hacer? No contaba con que mi escondite lleno de ramajes me sirvió de refugio hasta que pasó uno de los cazadores que gritó: ¡no queda ninguno! Y la sangre se me subió a la cabeza y no sé cómo pero salí de mi escondite y cogí una piedra que estampé en la cabeza a ese malnacido que cayó a mi lado. Estaba con las pulsaciones a mil. Le quité el fusil y a mis trece años pensaba en todas las pelis que había visto de guerra. Apunté hacia ellos y apreté el gatillo haciéndome mucho daño el retroceso que me lanzó hacia atrás. El disparo pilló por sorpresa a los cazadores que gritaron el nombre de su compañero. Al no obtener respuesta preguntaron quién era yo. Mi respuesta recargar el fusil como en las pelis, empleando mucha fuerza, y disparar de nuevo. Tranqui chaval, me dijeron, que te vas a hacer daño. Pero yo sabía que de allí no saldría vivo.

Cogí los cargadores que tenía el furtivo al que había malherido con la piedra y avancé sigilosamente paralelo al arroyo. Oí entonces el ladrar de unos perros. Me estaban persiguiendo. Me iban a alcanzar. Ya estaban muy cerca mientras yo corría. Me paré en seco y a lo lejos vi la jauría. Apunté con el arma y disparé contra ellos. No di a ninguno pero conseguí frenarlos. Volví a correr, se veía un claro delante de mis narices y pensé que estaba salvado. Esta vez con cautela me refugié en un árbol y eché un vistazo. ¡Maldita sea es el automóvil de los cazadores y además con chófer incluido! Otra vez los perros no me dejaban pensar. Avancé poco a poco arrastrándome por el suelo hasta llegar al jeep. Abrí la puerta del copiloto y le metí un culatazo con todas mis fuerzas al chófer que quedó inconsciente. Le empujé y eché del vehículo abriendo la otra puerta. ¿Y qué hago yo con este trasto?, pensé. Me bajé y esperé a que llegaran los furtivos cuando alguien me sorprendió por detrás. Notaba el cañón en mi espalda. La persona dijo: suelta ese arma y date muy despacio la vuelta. Cosa que hice sin rechistar y con los ojos cerrados. Entonces oí a uno de ellos decir: ¿pero este no es uno de los chicos de la excursión? Abrí los ojos y allí estaban: los jodidos picoletos. Nunca me había alegrado tanto de verlos.


Muchas gracias Raúl Bullido por tu emocionante relato de acción.

Toda una aventura con gran realismo descriptivo y un desenlace de vértigo 😮 Sobrevivir es una cuestión vital.

Gracias a todos por leernos y a ti, Raúl, por participar 🥰

Deja un comentario