Llega la noche estando de camping. El viaje ha sido arduo, más de cinco horas. Teníamos planeada la acampada desde hacía años, pero por a o por b nunca salía al final. De esta vez ya no pasa. El entorno es precioso: verdes y fulgurosos árboles, hierba recién estrenada y un recinto de nueva creación: “Los abedules”. Estamos rodeados de un frondoso bosque que nos hace soñar y suspirar. Parece un escenario recién sacado de una superproducción en plena naturaleza. Sólo falta la historia de cine.
Nos hemos venido mi mejor amiga “Vale” y yo. Hemos dejado a nuestros respectivos en casa para cuidar de los “peques”, pero no les ha importado. Al contrario: nos han animado desde hace años. Jonathan y “Remu” son unos soles; nos tratan fenomenal y siempre están en todo.
Las diez, uno de julio. Es noche casi cerrada. La temperatura es ideal, veinticinco grados; suerte que se halla un cristalino lago cerca. No se oye ni una mosca, más bien un baile luminoso de entrañables luciérnagas y como ornamento único la melodía orquestal de cientos de grillos. “Vale” y yo estamos entusiasmadas bañándonos en el lago. Nos secamos y regresamos a la tienda. De repente, se oye un “croc”.
—Qué extraño, Iris. ¿Qué es? —me interroga curiosa mi amiga.
—No tengo ni idea. Exploremos.
Recogemos los bártulos con lo mínimo y salimos entusiasmadas a la par que algo temerosas. De toda la vida hemos sido unas grandes aventureras y exploradoras así como amantes de la naturaleza.
“Croc—croc”. De nuevo se oye el sonido, esta vez repetido.
Nos asomamos y encontramos un precioso colibrí gorgirrubí. Sí, soy muy aficionada a la ornitología y capaz de reconocer cientos de especies. Es un ejemplar fabuloso multicolor de brillos metálicos verdes, rojos, azules, negros… Me he enamorado.
—”Vale”, creo que necesita volver a su hogar, pero no tengo ni idea de dónde vive exactamente; es una especie americana. Por eso sé que se encuentra fuera de lugar —le explico.
—Vamos a volver a la tienda y lo pensamos, Iris.
—De acuerdo. —Esa noche no puedo dormir. Me embargan las emociones: la acampada, el colibrí, el mágico paraje… Un oscuro manto celestial rebosante de puntos luminosos acompaña a mis pensamientos.
Se levanta un increíble amanecer boscoso con tonalidades cobrizas.
—Está bien. Voy a ponerme en contacto con un buen amigo mío ornitólogo, “Vale”.
Lo llamo por teléfono.
—Hola, Fran. ¿Me recuerdas? Soy Iris. Me he encontrado perdido un precioso ejemplar de colibrí gorgi…
—¡Rubí! —me interrumpe emocionado—. ¡No me lo puedo creer! Jamás se había avistado uno en toda la Península ni por abandono. Me lo llevo raudo a Chile. Mañana iba a salir para impartir allí un curso de ornitología. Allí lo soltaré libre.
—¡Genial, Fran!
Proseguimos nuestras vacaciones con cierta nostalgia del pajarito. Me lo habría quedado sin dudarlo.
Pasa una semana y regresamos a nuestros respectivos hogares. Nos apena la vuelta pero nos alegramos de ver a los nuestros.
Al día siguiente duermo a pierna suelta entre tanta emoción y el largo viaje. De pronto, algo fabuloso sucede:
“Croc—croc, croc—croc”. Sí, es él, mi precioso y colorido amigo que ha recorrido miles de kilómetros para quedarse conmigo. ¡¿Cómo es posible?! Si alguna vez oyes un “croc—croc” a tu puerta, no te extrañe que entre un emplumado amigo que te aprecia mucho y se quedará contigo para siempre. La amistad es eterna, universal y no conoce de distancias, tiempos, especies ni lenguajes.
Muchas gracias Inés María Teso Chamorro por deleitarnos con esta aventura tan amorosa y natural 🥰
La nocturnidad es fuente de sorpresas ✅🤠 y nos adentras en ella con gran sutileza.
Abrazos lectores 🤗