Un chico africano de tez muy oscura entró a una taberna con posada y pidió unas patatas fritas. Cada día comía lo mismo y se hospedaba allí porque el alojamiento era económico. Eso sí, tenía que pedir prestado el dinero a un amigo que se lo enviaba «ipso facto» (hacen falta más amigos como él).
Los clientes se reían de él, hasta los dueños y empleados. «Qué pobretón, que sólo tiene para patatas y un lecho, y encima tiene que mendigar a su sufrido amigo».
Así sucedía día tras día. No pasaba un solo mediodía en que no ordenara su plato de patatas y un vaso de agua. Era lo único que tomaba durante la larga jornada.
Transcurrió un mes entero. Dungu, que así se llamaba, siguió durmiendo en la posada y almorzando en la taberna exactamente igual con un pequeño cambio: compraba un botellín de agua.
El segundo mes voló. Nuestro amigo se alojaba en el mismo sitio y pedía lo mismo, excepto unas aceitunas extra.
Llegó el tercer mes. El joven seguía pidiendo prestado a Nofer, su mejor amigo. Él con gran alegría le seguía enviando el dinero. Empezó a encargar un segundo plato de patatas fritas idéntico para la cena. Así continuó durante un año.
Un año después de repente entró reluciente, con un nuevo semblante. Le había salido un nuevo empleo de mozo de almacén y aunque no ganaba mucho, se veía más holgado. Ya no pedía dinero a su amigo. Hasta entonces había estado desempleado. Siguió consumiendo exactamente lo mismo.
Transcurrieron dos años y allí seguía en su bar. Le había tomado cariño y era bastante económico.
Un día estaba puesta la «tele» en el local:
«El importante príncipe africano perdido ha aparecido. Se llama Dungu y no sabe que es de la realeza; acumula un inmenso patrimonio desconocido para él». Todos se quedaron helados y pensaron: «Mira que de haberlo sabido. Podríamos haber ganado una fortuna con él».
Entonces llegó Dungu. Ya conocía la noticia porque su gran amigo no se lo ocultó: al contrario, lo felicitó.
—Buenas tardes —saludó cortés y humildemente.
—Buenas tardes. —Todos estaban atónitos por su perfecta dicción, su amabilidad y el hecho de que no se hubiera ido.
—Unas patatas fritas, un botellín de agua y unas aceitunas. —El dueño y sus camareros se quedaron estupefactos. ¿Cómo un príncipe africano de inmensa fortuna seguía ahí y tomaba lo mismo? — Deme la llave para retirarme a mis aposentos. —La clientela y el personal no cabían de su asombro cuando lo ven llamar a Nofer.
—No puede ser. ¿Será el hombre más tacaño del mundo y aún mendiga dinero a su amigo con lo poderoso y acaudalado que es?
—Hola, amigo. ¿Cómo va por ahí? ¿Están contentos todos? ¿Cómo te encuentras tú? ¿Te agrada tu nuevo puesto?
Manuel, el dueño del negocio, ya no se pudo resistir ni se mordió la lengua:
—No lo comprendo. —Dungu lo silenció.
—Es muy sencillo. Mi querido Nofer me ha sido mi más fiel amigo y yo, en agradecimiento, le he cedido todo mi reino y posesiones. Si no me hubiera enviado el dinero, habría muerto de hambre y tampoco me habría podido comunicar la noticia. A cambio tan sólo le he pedido suficiente para mantenerme bien de por vida junto con mi sueldo de mozo y costearme mis gastos.
—¿Y por qué no te vas a su reino o acaso no adquieres tu propia propiedad para vivir cómodo?
—¿Qué necesidad tengo, si soy tremendamente feliz y vivo despreocupado en esta humilde posada?
Todos se avergonzaron de su grosería y egoísmo y lo admiraban por su humildad y sencillez; le pidieron perdón, él los perdonó y se hicieron grandes amigos. Lo hicieron socio, bautizaron al bar «La alegría de Dungu» y con una parte de las riquezas por iniciativa de él mismo lo remodelaron por completo para convertirlo en una preciosa taberna con posada reluciente y su plato estrella de patatas fritas con agua y aceitunas con el nombre Menú Dungu, dedicado a gente con pocos recursos. La apariencia del local era tremendamente elegante, pero los precios eran tan económicos como siempre. Era la taberna más prestigiosa y reconocida de la zona.
Toda su vida siguió regentando con ellos el establecimiento y trabajando como mozo de almacén porque le encantaban ambos oficios. Diariamente tomaba un buen combinado nutritivo y surtido y de vez en cuando se pedía el menú Dungu para recordar su historia con cariño y no olvidar sus humildes orígenes.
Cuántos Dungus habrá por el mundo…
Agradecemos a Inés María Teso este relato que invita a la reflexión sobre la Verdadera Felicidad 🥰 Ella nos conduce a una situación atípica, con un desenlace maravilloso.
Muchas gracias a todos por vuestra lectura ✅🤓
Fantástico relato de Ines María y el gran Dungu, una maravillosa lección de humanidad. Nunca califiquemos a nadie x su situación. Seamos personas y solidarias.
Con Dungu queda enmarcado el ser persona y los valores. Y que el valor de la persona no lo marca el dinero ni la posición.
Excelente reflexión que nos has traído con tu relato, querida Ines. 🤗
¡Vaya! Que lo material no importa, que un sencillo plato de 🥔 fritas y agua y un trabajo que te permita vivir!
Es lo simple de la vida que te regala la felicidad 😁