Se llamaba Cristóbal y era un adulto siempre malhumorado. En Navidad no era la excepción. Era la época que más aborrecía: los caros y superficiales regalos, las familias hipócritas que sólo se juntaban en las fiestas porque tocaba, los odiosos adornos y villancicos hasta en la sopa…
En esas fechas era ver a un niño e irritarse aún más. Si por él fuera, eliminaría esas fechas, no sólo la festividad: del 21 de diciembre se saltaría directamente al 7 de enero. Listo. Así se solucionaría el problema y la gente no se podría quejar de no poder celebrarlas porque simplemente esos días serían inexistentes. Con el paso del tiempo quedarían en el olvido.
Aquel día era 21 de diciembre de 2021. Para variar estaba malhumorado y frustrado, pero ese día por motivos obvios aún más. Se acostó maldiciendo la Natividad y se quedó dormido.
Al día siguiente puso la “tele” para escuchar el dichoso sorteo del Gordo con los odiosos niños de San Ildefonso. Siempre era puntual. Era una especie de adicción enfermiza a experimentar lo que aborrecía para alimentar aún más su animadversión. Las ocho y cincuenta. Quedaban diez minutos… Cinco minutos… Un minuto… 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, la hora. Ding, ding. Justo repica el reloj y no pierde ojo al televisor. Nada. Uf. Se retrasa un minuto. Odia el retraso. Pasan cinco minutos. Nada. Diez minutos. Empieza a ponerse nervioso. Nada de nada. Entonces comienzan a retransmitir deportes de invierno. Como es muy tenaz y piensa que igual ha habido algún contratiempo, está una hora esperando y viendo los deportes. Ya se cansa y lo deja. Decide revisar la programación cada hora. Va pasando el tiempo y son las diez de la noche. Ya es muy raro que llegue. No llega.
Es 23 de diciembre. No hay adornos por las calles, música ni puestos navideños. Cristóbal se extraña cada vez más. Esto no es normal.
Piensa:
—Bueno. Ya llegará el 24 —y llega. Es por la noche. Tiene por costumbre recorrer las calles aledañas y cotillear desde lejos las cenas familiares y la entrega de regalos. Se cambia y sale a la calle. Sigue sin haber decoraciones ni música. Se acerca a unas cuantas casas. Ni rastro de nada que huela a Navidad: dulces, belenes, árboles, familias, regalos…
Cristóbal empieza a ponerse muy nervioso. Odia las sorpresas y los cambios.
Llega el 25. No hay niños en la calle jugando con sus regalos ni Papá Noeles. Es como un día cualquiera. Van transcurriendo los días como días normales. Todos están en sus respectivos trabajos, estudios y quehaceres. No hay nada excepcional excepto una cosa: la gente está malhumorada, discute por la calle, se les nota desilusionados, desangelados. Les falta algo.
Llega el 31. Nada. Ni los programas navideños ni los cotillones. Son las once y media. Cristóbal tiene las uvas preparadas. Cómo no, enfurecido.
Diez segundos. 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1… Nada. No sucede absolutamente nada. Ni una campanada: en la “tele”, en el barrio, en el campanario…
1 de enero. Día laboral y laborable.
5 de enero. Pone la “tele” para ver la Cabalgata por la tarde. Nada. ¿Cómo no? Están echando un programa rutinario.
6 de enero. No ha habido Reyes. Para nadie. No hay conciertos, ni Roscón. Nada.
—Por fin llega el 7 de enero. Se acabó la Navidad. ¡Qué suerte! Si no ha habido… —exclama Crist aliviado.
Las calles están tristes. Muy grises. Nadie se ha reunido con nadie, ni ha cantado, ni ha comido junta, ni le han llegado regalos, ni han puesto el belén o el árbol. Las caras son muy muy largas. Nadie sabe por qué, pues nadie conoce la Navidad. La gente está estresada, deprimida, desilusionada… Los niños se comportan como adultos y nada les llama la atención. Es como si hubieran perdido su esencia. A Cristóbal le empieza a molestar. Ser de los pocos amargados por la Navidad le hacía sentir importante. Tantas caras largas le aburren y es otro del montón de amargados.
Pasa un año entero y las personas están muy deprimidas.
Por fin llega el 21.
—¿Qué pasará este año? —se pregunta entre intrigado e ilusionado— Ojalá no exista la Navidad nunca jamás.
Es la mañana del 22. Sorteo del Gordo. Cristóbal está expectante. Son las nueve. Sí. No. Parece que lo echan pero no. Es un anuncio de aceite de oliva. Ahí está. El sorteo.
—¡El uno, el siete, el nueve! ‐exclaman enérgicamente los niños de San Ildefonso.
—Vaya. Pues sí hubo sorteo. Bueno. Seguro que el 24 no habrá nada.
Llega el 24. Suenan villancicos, las calles están engalanadas. Cristóbal se llena de ira:
—No puede ser. Ya estamos.
Entonces llaman a la puerta. Toc, toc.
—¿Quién es? —pregunta enfurecido.
—Soy Iris.
—¿Y quién eres tú, Iris?
—Soy el espíritu de la Navidad.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Bueno, pues me da igual. Márchate.
—¿Estás seguro?
—¡Claro! —le grita encolerizado.
—Entonces prefieres que no existan estas fechas y que nada ni nadie te moleste.
—Exacto.
—De acuerdo. Deseo concedido.
Cris se siente extraño de repente: 5, 4, 3, 2, 1 y…
Aparece en el Polo Norte. Helado. Sin comida, sin nadie, sin villancicos…
Pasa un año. Llegan las fechas. No se lo puede creer. Echa de menos el sorteo, y las uvas, y los regalos, y… la molesta gente: añora la Navidad. De repente, le corren lágrimas por las mejillas…
—¿Habré sido tarugo? La Navidad no es lo que siento yo, sino lo que sienten todos, lo que siente cada uno. Yo la celebraba maldiciendo y quejándome. Ésa era mi propia tradición. Muchos, en familia y con los amigos; otros, alejándose kilómetros de sus tradiciones. Desearía ver cómo los demás las disfrutan, las celebran o las odian y cómo yo me quejo.
De repente, se le aparece Iris.
—¡No es posible! ¡Has venido! ¡Has vuelto! ¡Es un milagro! —exclamó emocionado.
—No. Es el espíritu navideño. Y recuerda: yo soy el espíritu navideño. Tú lo has comprendido al fin. No va de regalos, de canciones, de adornos, de comida, de gustar o no la Navidad, de juntarse con los demás, de celebrarlo. Va de vivir esas fechas con tu propia esencia, con tu espíritu, con lo que te ilusiona y hace feliz, y sobre todo de pensar también en la felicidad de los demás, no sólo de uno mismo; dejar que cada uno lo haga a su manera y no impedírselo.
—Tienes toda la razón, Iris.
Surge un fogonazo y desaparece el espíritu.
De repente Cristóbal vuelve a su hogar y es 21 de diciembre. Protesta como de costumbre. Pasan los días, las horas. Se queja cada vez menos. Se le asoma una tímida sonrisa cuando ve a la gente cantando por las calles y animada. Se siente feliz por primera vez en su vida. Está en su hogar y tocan a la puerta. Toc, toc.
—¡Quién es?
—Soy el espíritu de la Navidad.
—¡Adelante, pasa!
Se queda para siempre a vivir con él y desde entonces desde el 21 de diciembre trata de repartir su espíritu a los demás para que dure todo el año y se intensifique en las fiestas.
Con el tiempo se echa amigos, forma una familia y le va bien. Es el regalo por portar el espíritu que aceptó.
Así que cuando veas a un anciano animado en diciembre, a un niño ilusionado en agosto, un adulto reuniéndose en marzo con su familia o en octubre a alguien ayudando a alguien, es que aún le acompaña el espíritu de la Navidad.
Por eso, la Navidad es mágica y la mayoría de la gente está entusiasmada. A los que estén tristes y amargados, déjalos. Consuélalos si te dejan. Si no, no. El espíritu se fue temporalmente o aún no les llegó, como a Cristóbal.
Con este maravilloso espíritu de expansión de la Navidad, os deseamos Felices Fiestas ✨🎀🥰
Excelente relato de Inés y tb de tod@s l@s participantes en todas las categorías y felicidades a tod@s, tb a la Hada Madrina Victoria Eugenia y a tod@s los que desearían haber participado. Muy Felíces Fiestas a tod@s. Gracias.
¡Muchas gracias a ti, Rufino! Felices Fiestas. Un abrazo.
Un mensaje precioso, INÉS MARÍA TESSO y gran moraleja.
¡Muchas gracias, querida amiga! Celebro que te guste. Un abrazo fuerte, Marta.🤗
Totalmente de acuerdo. El mejor regalo son los intangibles que nos llenan +.
Felíz 2022.
Ines muchas gracias por este relato, somos muchos así, que odian estas fechas, pero realmente es una oportunidad para abrir nuestro espíritu y ser felices. Gracias
Muchas gracias a ti, José Humberto. Un gran placer. Así es: es una oportunidad para disfrutarla a nuestra manera como conviene el resto de momentos de nuestra vida. Un abrazo.