EL JUEGO DE LA CASUALIDAD, relato de Miriam Hernández Cruz

Cada mañana salimos aproximadamente a la misma hora de casa. Minuto arriba, minuto abajo.

Nos ponemos el abrigo, la mochila, mi bolso y por supuesto la mascarilla.

En esos momentos siempre recuerdo a mi padre que decía antes de salir de casa:

Dinero, Llaves, Documentación”.

Como las tres cosas principales que debemos asegurarnos antes de salir de casa.

Hoy por hoy, este repaso es un poco diferente:

“Mascarilla, Llaves y por supuesto el Móvil”.

Qué curioso cómo cambian las prioridades y las circunstancias…

Solemos hacer el mismo recorrido porque en él nos vamos encontrando con más niños del colegio y vamos todos juntos; padres, niños y mochilas resonando por el suelo, a veces con un ruido ensordecedor.

Pero hasta que llega ese punto de encuentro con los amigos, ese camino en solitario que hacemos mi hijo y yo, también tiene su gracia.

Al principio no nos dábamos cuenta…

Fue al cabo de unos días que caímos en la coincidencia, en la casualidad…

Sucedía todos los días, como si fuera una secuencia más de la película “El show de Truman” protagonizada por Jim Carrey.

En los mismos puntos de nuestro camino, casi a la misma hora, nos encontrábamos siempre con las mismas personas.

Todos los días igual.

Todos los días, la misma situación.

Y creamos una especie de juego.

Pero primero debíamos definir sus reglas y los personajes:

  • Señor número 1: gafas de sol y gabardina beige, pantalones oscuros.
  • Señor número 2: corpulento y con cazadora azul. Le veíamos apoyado en un banco o en la puerta de la panadería para comprar pan en cuanto saliera del horno.
  • Señor número 3: bajito, pequeño, con chaqueta verde y sombrero elegante, como de caza.
  • ¡Ah!, y los miércoles veíamos en “el bar de casa” (como decían mis padres por estar cerca del portal), como se reunía un equipo ciclista de personas mayores que luego nos adelantaba en el trayecto porque iniciaban su ruta. El bar era punto de encuentro y nosotros les veíamos justo cuando empezaban a reunirse.

Y todos los días veíamos a estas personas en ese trayecto en solitario antes de juntarnos con más niños.

Al principio, esta casualidad, era solamente eso, una coincidencia casi inapreciable. Ni la comentábamos ni reparamos en ella, pero luego empezó a resultarnos curiosa. Y dimos un paso más…

Desarrollamos un código de comunicación para que los señores no se dieran cuenta y avisarnos el que viera antes a uno de ellos.

Los que tienen niños saben que eso de “a ver quién lo hace antes, a ver quién gana o a ver quien lo ve primero” es bastante común..

Así que establecimos lo siguiente:

  • El que primero vea alguno de los personajes:
    • Debe dar un apretón de manos
  • Para contestar a ese primer apretón:
    • Se darán dos apretones de manos, en contestación al primero. Es como decir, “Ok

Al final, lo que a mí me pasaba muchas veces es que contestaba con varios apretones, se me olvidaba que solo eran dos y nos estábamos un rato dando apretones hasta que el señor pasaba. O incluso, enlazamos un señor con otro señor.

El camino era mucho más divertido de esta manera.

Pero vino la pandemia, el aislamiento en las casas, la ausencia de colegio…

Y durante muchos meses dejamos de verles.

Cuando por fin reanudamos el colegio en septiembre, no dejábamos de preguntarnos qué habría sido de esos señores.

 ¿Les habrá pasado algo?

¿Seguirán vivos? Eran muy mayores, podía pasar cualquier cosa…

¿Los volveríamos a ver?

El primer día no vimos a nadie.

Pasaron más días, hasta que vimos al señor número 1:

¡Bien! ¡Estaba vivo!

Otro día vimos al señor 2 y al 3:

¡Bien! ¡Estaban vivos también!

Pero ya no era lo mismo…

No les veíamos ni todos los días, ni en los mismos sitios ni de la misma manera. Y habían envejecido bastante…

Supongo que en ese intervalo de tiempo, la vida cambió para todos y por supuesto para ellos también.

No les conocíamos de nada. No son vecinos ni conocidos. pero nos entretenía estar pendientes de verles en nuestro camino.

Era señal de que todo estaba bien en nuestro mundo.

Lógicamente, estas personas nunca sabrán de esta historia, quizá ahora ya no estén entre nosotros…

Esporádicamente vemos a alguno. Muy ocasionalmente. Porque esas rutinas suyas, no han vuelto a repetirse.

Ahora mi hijo y yo mantenemos ese código, nos apretamos la mano cuando queremos avisarnos de algo, pero no hay casualidades o coincidencias como éstas.

Estamos llenos de cosas curiosas que sólo se perciben con observación, estando alerta, mirando a tu alrededor y hacia fuera.

Y con algo de imaginación podemos crear historias.

La observación del entorno nos invita a descubrir los pequeños detalles.

Hay rutinas que se vuelven importantes en tiempos difíciles.

Avanza paso a paso celebrando la Vida 😉

7 comentarios en “EL JUEGO DE LA CASUALIDAD, relato de Miriam Hernández Cruz

  1. Pequeñas rutinas del día a día que hacen que cada uno de nuestros pequeños mundos aumenten su sentido e infundan normalidad, muchas de ellas imperceptibles hasta que somos capaces de desarrollar la habilidad de poder apreciarlos e incluso de incluirlos en nuestro entorno y hábitos.
    Muy amena y entrañable lectura; enhorabuena Miriam.

    1. Muchas gracias Ricardo!!!
      Me alegro que te haya parecido entrañable y amena. En el fondo son cosas cotidianas pero hay que saberlas ver…

  2. Genial Miriam. Ese sentido de la observación, del cual muchos carecemos, es lo q nos anima en estos tiempos tan difíciles. Lo cotidiano se hace nuestro. Gracias por este relato tan entrañable

    1. Qué bueno que te guste, te parezca cercano!!! Son cosas que están ahí, que se mezclan con recuerdos y sensaciones…
      Muchas gracias por comentar!!!

  3. Qué curioso que inventamos historias desde las rutinas del día a día… Y el confinamiento nos las cambió casi todas.
    Gracias Miriam por traernos un pedacito de las tuyas!

  4. Al hacer una aventura o juego de cada día disfrutamos de los pequeños momentos, esos que llenan nuestra vida. Gracias Miriam por este relato tan cercano que me ha hecho pasear junto a ti.

  5. Me ha encantado. Qué chulos esos momentos y esa complicidad con tu hijo. Empatizo mucho contigo. Yo cada día paso por un bosque para llevar a mi hijo a su cole, y paseamos a nuestra perrita. Qué pena que no hablemos con todas esas personas, verdad? 😉

Deja un comentario