¿DÓNDE ESTÁN LAS CARTAS?, relato de Josefa Paniagua

Yo era de esas niñas de los años 70, que tenía amigos/as por correspondencia, se podía hacer amistades por correo postal en las secciones del periódico, la revista Super Pop, desde el colegio para hacer intercambio con chavales extranjeros y así podíamos practicar el idioma: inglés, francés, italiano…

Simplemente tenías que tener ganas de conocer a gente e ilusión por escribir, así de repente, aunque éramos desconocidos estrechábamos lazos a través del intercambio de cartas, muchas veces hasta convertirse en una buena amistad de años.

En las versiones más románticas, la relación podía terminar en boda, pero ese será otro capítulo…

Éramos miles de personas de todo el mundo buscando compañeros por vía postal. Cómo ha cambiado todo ahora, es en la era de Internet donde ha sustituido a las fantásticas cartas que teníamos.

Tenemos Instagram, Pinterest y Facebook, las chicas/os jóvenes y no tan jóvenes son los especialistas en cartas 3.0.

Recuerdo hasta los libritos de papel de pocas páginas, hechos a manos, adornadas con flores desecadas que cogíamos del campo, y muchos dibujos pintados a mano, que pasaban de buzón a buzón. Quién recibía una de ellas se sentía superdichoso/a.

Había personas de todas las edades, “carteándose” con sus novios/as, amigos, familiares, etc., pero ahora lo llaman: “seguidores” en redes sociales y hasta se avisa en los perfiles de que ya no admiten más “amigos”, increíble…

La estética actual sería una foto de “postureo” especial para la ocasión, y ya no existe el cariño de un sobre perfumado de olor especial, papel de carta hecho a mano con detalles personales donde podías recargar hasta el infinito de cosas bonitas… ¡Algunas eran obras de arte! Boli y papel, trabajando conjuntamente para añadir un poco de la personalidad del ser humano, que los teclados han “borrado”.

Si retrocedemos en el tiempo, en 1970 llevábamos a cabo un ritual de acompañar a nuestras amigas a comprar sellos al estanco más cercano e ir hasta el buzón todas las semanas, los domingos incluso nos atrevíamos a añadir un intercambio de cosas de papelería chulés sw la misma forma que hacías regalos a tus amigas/os.

Pegatinas, cromos… No eran cosas que costaban mucho dinero, pero sí bonitas, además con el valor de saber que habían llegado “desde lejos.”

El objetivo del carteo era la comunicación, una conversación escrita, y si era aburrida, te arriesgabas a no recibir una respuesta.

Sorprende la existencia de esta relación entre desconocidos/as en el siglo XXI, en el tiempo en el que parece que todas las necesidades de comunicación están resueltas con Internet, Facebook, el Email, Skype y WhatsApp han hecho el milagro de acortar distancias con los que están fuera, la cercanía virtual ha disminuido la necesidad de la proximidad física en forma de cartas. ¿O sólo es un espejismo? No saber qué contiene dentro, esa gran sorpresa, casi siempre es agradable a los ojos, aprendemos el valor de la espera, porque va a tardar unos días o semanas, la espera de esa llegada del cartero, junto con una carta que ha recorrido un gran viaje para que la puedas leer.

Llegará sin esa alerta del pitido o vibración de tu WhatsApp, así que será impredecible, tendrás que conformarte con esperar.

Hay algo mágico en esa espera, de la carta personal escrita a mano de tu puño y letra, sin ritmo de X pulsaciones por minuto, intercambiar ideas, mitigar las emociones, lo podemos llamar intimidad de emociones, o también demostrar que somos auténticos, lo que sí es seguro es que perdurará en el tiempo si la guardamos y la conservamos en un rinconcito de nuestra casa.

Podemos convertirlo en un hobby si queremos coleccionarlas, escribirlas para alguien o no… probemos, vayamos a la oficina de correos, dejemos de eliminar correo “spam” de nuestro Gmail por un momento, hablad con el cartero/a del barrio, preguntemos si tiene algo para nosotros, por favor, hagamos que no se baje nunca la ventana de “cerrado” de nuestra querida oficina postal: Correos.

Si echamos de menos a alguien podemos decírselo en una nota y enviarlo, o dar una sorpresa con un paquete y un sobre con una pequeña carta agradeciendo a esa persona querida lo que ha hecho por nosotros.

Sigamos conectados, pero desde el corazón, porque nuestra carta pasará por varias manos humanas, que nos conectan, aunque no cara a cara, interaccionemos personalmente de tú a tú.

La escritura nos une de una forma tal que las palabras aún no han conseguido lograr.

Nuestro cartero cumple una misión especial en la que no solemos fijarnos: se sabe los nombres de nuestras calles, y nuestros números de puerta, a veces, tan difícil perderse entre tantos bloques de pisos, en las grandes ciudades, a esto le añadimos lo difícil de descifrar a quién va una carta con letra de envío ilegible, son nuestros sabios, encargados a veces de descifrar incógnitas escritas en un sobre.

Con Internet en nuestras vidas parece que quedase menos cada vez para cerrar el sobre definitivamente, pero creo que se puede arreglar sin un punto y final. Pienso en el efecto terapéutico que me produce escribir una carta.

Hay momentos pasados que nos hacen reconsiderar el presente 😊

Añoranza y experiencias vividas se funden uniendo el tiempo.

Valoramos más lo que ya casi no tenemos.

3 comentarios en “¿DÓNDE ESTÁN LAS CARTAS?, relato de Josefa Paniagua

  1. Gracias por llevarnos a momentos de nuestra juventud, donde, al menos para mí, era más sencilla la vida.
    Enhorabuena, Josefa. Me a encantado.
    Un saludo.

  2. Estas navidades envié varias postales escritas a mano por correos.
    Gracias Josefa por tu relato que nos trae esos recuerdos de cuando escribir por carta era habitual. Buenos recuerdos!

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