Los árboles crecían altos y fuertes. Un roble se alzaba ante él con una forma imposible, parecía que algún Ente de otro mundo lo había retorcido. Dos ardillas jugaban por sus ramas, al verlo se detuvieron y tras unos segundos parecieron decidir que el ser que les observaba no era peligroso, pero tampoco era de fiar y corrieron tronco arriba.
Se había perdido e ignoraba su paradero. El lugar era impresionante, nunca había visto nada igual. Su musgo crecía libre y se alzaba trepando por troncos y rocas, estas estaban cubiertas en su totalidad. Parecía que nadie había pisado ese lugar durante mucho tiempo. Los aromas de ese bosque eran intensos e inundaban sus fosas nasales, pinos, encinas, alcornoques, acacias y castaños se repartían de igual manera. El cántico de los pájaros le relajaba, jamás había escuchado tanta variedad. Se oía la llamada de un urogallo en la lejanía y algún congénere parecía responder. Un par de gaviotas sobrevoló entre las copas de los árboles, por lo que supuso que el mar no andaría lejos. Las hojas caían a su alrededor, ligeras, atraídas hacia el manto de un rojo intenso que se esparcía por el suelo. Hongos de un tamaño increíble asomaban entre el sustrato vegetal. Una lechuza le vigilaba retorciendo su cuello para poder verlo.
Siguió caminando cuando escucho el inconfundible sonido de un río. Un pequeño salto de agua se encontraba frente a él. La flora junto al río crecía ajena al bosque. Un manto de flores silvestres de cientos de gamas de colores. Los insectos campaban a sus anchas, sin que nadie los molestara, polinizando las flores. Al acercarse, cientos de mariposas huyeron. Un precioso regalo para la vista. En lo alto un enjambre de abejas entraban y salían de su nido.
Ignoraba dónde se encontraba, pero no le importaría quedarse a vivir en ese lugar. Los peces saltaban intentando llegar río arriba. Era fácil pescarlos. Al igual que hacía un oso parado frente a la pequeña cascada, con ágiles zarpazos los cazaba al vuelo. Al verlo emitió un rugido, pero no parecía amenazante, solo de advertencia.
Había fruta allá donde miraras y cientos de animales y pájaros. Liebres, había visto liebres y seguramente en el bosque vivirían muchas otras especies, quizá también predadores, pero ¿qué era él más que un depredador?
—Tendría que andarse con cuidado —pensaba Eneko—. Sí, podría quedarme en ese lugar. Si lo viera Nahikari.
Sus lágrimas se malgastaban mezclándose con la lluvia. Sentada en el suelo veía como el grupo se despedía de ella.
—Todo el mundo te da una palmadita en el hombro y dice que lo siente, pero luego siguen con su vida y nadie se acuerda de ti —Le decía Nahikari a Zuriñe, su mejor amiga.
—Lo sé, pero yo sí estoy aquí. Quédate con su recuerdo y con lo último que te dijo.
Nahikari se secó las lágrimas con la manga de vestido y sacó la mejor de sus sonrisas. —Sí. Es curioso. No dejo de pensar en ello, pero tras el accidente, según íbamos al hospital, Eneko me fue hablando de un lugar que no conozco, pero él me lo describió a la perfección. También me dijo que me esperaría.
Este escrito de Miguel Ángel Cruz nos hace recorrer el mundo ideal que llega para quedarse con Naturaleza.
Su estilo es sutil y revelador, acercándonos a un momento del que no se puede huir.
Esperamos que te guste y agradecemos que nos leas 😊
Maravilloso relato del tránsito y nuestras reflexiones al respecto. Impresionante. Gracias.
Gracias, Rufino. Me alegro que te haya gustado. Un placer compartir.
Muchas gracias por esta oportunidad, Victoria.
Una bonita descripción del edén, Miguel Ángel. Gracias!!
Muchas gracias. Un placer. Gracias por leerme.
Gracias a ti, un placer compartir.
¡Buen relato!
Muchas gracias, Ricardo. Un placer. Me alegro que te haya gustado.